Sabaticando Ando

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DIANA CLAUDINE FLOREZ PAEZ

CARNAVALES Y FIESTAS

LA RESILIENCIA QUE SE VISTIÓ DE FIESTA

Diana Claudine Flórez Páez

Mi ímpetu viajero es motivado también por probar cervezas, ya lo he dicho y alrededor del mundo he catado más de quinientas marcas; así que para una apasionada a la cerveza nada mejor que un Oktoberfest.  

¡Bendito el matrimonio del príncipe Luis con la princesa Teresa de Sachen - Hildburghausen!, cuya celebración comenzó el doce de octubre y duró una semana. Era 1810 y Múnich necesitaba plasmar una imborrable huella en el tiempo para conmemorar esta unión, así que además de las carreras de caballos y los juegos de fuerza entre el barro, iniciaron el festival cervecero que doscientos años después sigue siendo el más importante del mundo.

Dicen que el universo da lo que pedimos y lo creo porque me ha dado cuanto he deseado ¡claro!, yo he puesto todo de mi parte para que ocurra y como para un cervecero un Oktoberfest sería como la Feria de Trufas de Alba para un chef especializado en cocina italiana, llegó el regalo del cosmos disfrazado de trabajo; mi pareja tuvo que viajar a Brasil justo en el mes de octubre. Organizamos de inmediato unas vacaciones ¡lógico! y reservamos una semana para Blumenau y su Oktoberfest, el más importante después del de Múnich y único por su opulencia en Latinoamérica.  

Brasil no dejó de sorprenderme en ninguna de las tres oportunidades que le he visitado y cada estado, por no decir cada ciudad, parece un país diferente. ¡Qué decir del sur!, que tiene millones de habitantes de ascendencia alemana y bilingües en alemán y portugués.  

Historiando un poco, la mayoría de los inmigrantes alemanes llegaron a Brasil entre 1920 y 1930. Entre el final de la Primera Guerra Mundial, en 1918, y 1933, año del ascenso al poder de Adolf Hitler, alrededor de 80.000 germanos llegaron buscando escapar de la inestabilidad de la República de Weimar. Rápidamente se establecieron en ciertas regiones e implantaron sus tradiciones. La ciudad del festival cervecero, por ejemplo, fue fundada en 1850 por un químico y farmacéutico llamado Hermann Blumenau que llegó en barco por el Itajaí-Açu, río del estado de Santa Catarina que desemboca en el Océano Atlántico cerca de la ciudad de Itajaí. "Gran río lleno de piedras", mediante la combinación de los términos tupí itá ("piedra"), îá ("repleción"), 'y ("río") y gûasu (" grande"). Vivían felices; quienes poblaron desde el dos de septiembre del año de la fundación obtuvieron lotes en los que construyeron viviendas "enxaimel" o de tipo Fachwerkhaus, distintivo de la ciudad y cada vez llegaron más alemanes a poblarla.

Si hay un poder superior que guía los acontecimientos de la vida, este tocó la pintoresca ciudad y el Itajaí-Açu que alguna vez fue un tranquilo compañero de los habitantes, se desbordó en una furia inesperada. Las aguas crecientes inundaron las calles, arrasaron con los sueños y sumergieron la esperanza. La ciudad, conocida por su alegría se hundió en la desesperación. Sin embargo, de las profundidades de esta adversidad, surgió una idea brillante. Los líderes de la comunidad, buscando reconstruir no solo las estructuras sino también el espíritu de la gente, idearon el certamen inspirado en la famosa festividad de Múnich; decidieron crear su propio festival que celebrara su cultura, la comida y, por supuesto, la cerveza. En 1984 se unieron para mostrarle al mundo que incluso el más oscuro suceso puede dar paso a un nuevo comienzo y como símbolo de resiliencia se hizo el primer Oktoberfest. En vez de agua, las calles rebosaron de música, risas y el chocar de las jarras de cerveza; todos usaron un traje típico, bailaron danzas folclóricas y degustaron platos típicos transformando la ciudad en un mosaico de alegría y unidad.

Es lo mismo que vi. Una fiesta feliz que atrae visitantes del mundo y que se desarrolla de forma ordenada y pacífica pese a los millones que acuden en busca de cerveza y comida tradicional que se vende en pequeños puestos organizados frente a sillas, mesas y espacios para el disfrute y que observan atónitos, como yo, una ciudad entera vestida de “Fritz” y “Frida”, Vovó e Vovô Chopão (Abuela y Abuelo Chopão, “Gran Cerveza”) y se mueven al son de la música en vivo que entonan himnos al compás de acordeones, trompetas y guitarras y que para ser completo y no dejar pasar por alto detalle alguno, elige una reina entre diez candidatas que  compiten en categorías como: postura, desenvoltura en la pasarela, habilidades de comunicación, belleza y simpatía. Todo es importante; la Competencia Nacional de Chopp en Metro Bebedores, donde los competidores deben beber un metro de cerveza en tulipa, (600ml) sin derramar o quitar la tulipa de la boca, siendo el ganador quien lo haga en el menor tiempo posible.

¡Lo difícil es encontrar una silla vacía!, pero platos deliciosos sí abundan. Los que más recuerdo; el pato en todas sus variedades: tulipa, coxinha, salchicha, linguiça, hamburguesa, marreco (pato relleno) o cortes magros. Salchichas probé de todos los colores, sabores y tamaños, pasteles, rellenos de carne, de pollo y mil cosas más, pero haré énfasis en las preparaciones de cerdo; Rippen, costillas de cerdo con diferentes salsas; Kassier, costillas de cerdo con salchicha blanca, toja, chucrut y puré de papa; Eisbein, el famoso codillo de cerdo con puré de papas, salchichas blancas, rojas y chucrut y muchas más.

Pero mi corazón quedó enclavado en la “Pururuca”; un chicharrón de cerdo tostado, crocante, crujiente y enrollado con textura y sabor distintivos. ¡Cuántas Pururucas comí!, tantas, que incluso antes de abandonar el festival llevamos algunas al hotel y al día siguiente también desayunamos Pururucas.

Vila Germánica, en el barrio de la Velha es el escenario más importante, aunque en todas las calles se vive la fiesta de dieciocho días. La creatividad para cargar barriles de cerveza por las calles no tiene límite. En cada esquina se compran litros de “birras”, recuerdos, sombreros, ropa típica y las tradicionales y lindas jarras en acero inoxidable que se lucen colgadas al cuello para no perder un brindis en un momento inesperado.

¡Ah, Blumenau, cuánta cerveza! Cuanta cultura, folclor, tradición. ¡Cuánta Alemania!, pero, sobre todo, ¡qué gran mensaje de esperanza!. La fiesta que empezó como una respuesta a una tragedia congrega millones de personas cada año y la ciudad recibe ingresos importantes gracias al día en que la resiliencia se vistió de fiesta. 

Sobre mí

Nací en Paz de Ariporo, un pequeño pueblo al norte del Casanare, fundado en 1953, tras la Violencia y la firma de la paz, lo cual hace que tenga unas características especiales como ser la agrupación de habitantes de los alrededores que huyeron al monte por la guerra y principalmente por natales de Moreno, que fue incendiado y abandonado hacia 1950.

De allí son mis padres, dos llaneros valientes que sembraron en mí la osadía de querer viajar pues desde que lo permite mi memoria, organizaron viajes por Colombia que abarcaban todas mis vacaciones. 

De ellos aprendí también a ser empresaria pues impulsaron el comercio desde la década de los sesenta, generando empleo y logrando la empresa más grande que se haya conocido desde 1964 hasta inicios de los noventa. 

Mi madre era una creativa de tiempo completo. Gracias a ella más de ocho negocios funcionaron al mismo tiempo en la soledad y el abandono de una región a la que el correo y los alimentos que allí no se producían demoraban meses en llegar. ¡Qué decir de los servicios públicos, como la energía, que era un destello encendido de seis a ocho de la noche.

Afortunadamente me sembró el hábito de leer que heredó de su padre, un tinterillo genial a la hora de interpretar códigos y ganar pleitos a prestigiosos abogados, pero hábil, también, para interpretar la guitarra, el piano, tallar madera y redactar escritos. ¡Oh! mi abuelo Antonio, qué grande era. Grandeza que transfirió a ella. La primera morenera que fue profeta en su tierra y que impulsó la región.

En mi casa había libros por todas partes, una bilbioteca enorme de la cual engullí ejemplares que abrieron mi mundo.